Llegué a Canadá en el 2006, al igual que muchos, con ganas de comerme el mundo, sueños y muchas expectativas que completar. Me gradué de arquitecto en Venezuela, pero quise conocer que tendría Dios para mí en la tierra prometida de Canadá.
Tuve muchos trabajos de sobrevivencia, limpieza, fabricas, mesera, construcción de casas, entre otros. Mientras lograba adquirir la tan deseada experiencia canadiense, para engordar mi resumen (ustedes me entienden). Un día no muy lejano, conocí a Marcelo, ingeniero mecánico, le hacía dibujos de AutoCAD para el HVAC y los cálculos de ventilación. Luego empecé a estudiar en la Ryerson Arquitectura Tecnológica y allí conocí a Sahra, la directora de la Tienda de Cocinas Italianas de Alta Alcurnia en donde trabajé hasta enero del 2009 cuando nos sucumbió la crisis de USA.
A medida que el tiempo fue pasando, me fui adaptando más y más al país y a la gente, pero, adivina qué, nadie me explico cómo era el sistema financiero en este país. En mi país no existe eso del Puntaje del Crédito. Y ya con el tiempo tienes tu cuenta de banco, tus depósitos del trabajo llegan a tu cuenta y en cualquier momento, el menos esperado ¡BOOM! Te ofrecen tu primera tarjeta de crédito, y pues te emocionas, porque en la mente absurda, y la cultura de mi país natal, la tarjeta de crédito aguanta todo, es tu plan de emergencia y a crédito hasta a luna voy, ¡jajaja!
Entonces, decido sacarme un celular con un contrato con Royerz, super contenta con mi teléfono nuevo y con mi pantallita de tacto. Y al pasar de los meses, llega el momento en el que me sale super costoso el consumo telefónico, y llamo a la compañía, me pase horas en el teléfono con el representante de atención al cliente, peleando con ellos para que me arreglaran mi recibo, porque era mucho dinero, y pues… no resolví nada, pero sí perdí mucho tiempo, y ¿Cuál crees que fue mi decisión inteligente? Ah sí, ahora no te pago. Y no les pagué.