Las corporaciones líquidas, o sea las que permanecen en constante cambio, son las más capaces de responder a los retos de las nuevas sociedades, y por tanto las que más se adaptan. Eso no es otra cosa que un rasgo de inteligencia.
Creo que Zygmunt Bauman tiene razón en muchas de sus teorías. El mundo no es hoy un lugar ordenado, predecible y estable, donde las personas desarrollan su vida en el mismo lugar en el que nacieron, se jubilan en el primer trabajo al que accedieron y terminan sus días junto a la misma pareja con la que se casaron en su juventud. Por el contrario, hay más movimientos migratorios que nunca, los robots nos disputan el puesto de trabajo y los compromisos de hoy pueden romperse mañana. No es mejor ni peor. Simplemente, es lo que hay.
Lee también: Claves para entender el Networking: una cuestión de confianza
Bauman describió este cambio como la modernidad líquida, frente a la modernidad sólida del pasado. La sociedad ha cambiado y, con ella, está obligada a cambiar la empresa. Hacerse líquida es la única forma de mantenerse a flote. Estos son los puntos más importantes que conviene tener en cuenta:
Preparar a los líderes
Los cambios generan inseguridad. En todos los ámbitos, hay personas que muestran resistencia y poca capacidad de adaptación ante la más pequeña transformación. Para ello, es necesario que cuenten con líderes tan seguros de sí mismos como empáticos, capaces de comunicarse con los demás, de practicar la escucha activa, de entusiasmar a su equipo, de incentivar la proactividad; líderes con una sólida formación emocional. Y algo más: ellos también deben ser fluidos, cada proyecto puede necesitar un líder diferente, cada equipo puede tener alternancia en el liderazgo. Una verdadera empresa líquida no da nada por establecido.